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Así llegamos a Mazagón, a unos 15 kilómetros al este de Huelva capital, con 20 grados en el ambiente y un radiante sol en el cielo. Aunque bañarse en noviembre hubiera tenido su gracia, el agua estaba demasiado fría (aunque no mucho más que en Galicia en pleno Agosto) y, por otro lado, la paz y la tranquilidad de la playa invitaba más a pasear y a coger conchas que a arriesgarse a un resfriado nada más llegar.
Como la idea era relajarse, habíamos preparado unos puntos de interés cercanos para visitar. Empezamos por la Reserva Natural de Dunas cercana a Matalascañas, la vimos rápidamente pues no tenía nada de especial. Queríamos ver algo del Parque Natural de Doñana, pero ya habíamos descartado la idea de contratar una visita guiada en todoterreno, la idea de pasar 4 horas en un Jeep para ver la fauna local no apetecía demasiado (quizá a la próxima), así que nos dirigimos a la Aldea del Rocío, desde donde se podían contemplar las marismas y la ermita, con la famosa Virgen de la Paloma Blanca, que todos los años en Domingo de Pentecostés es sacada de romería antes de tiempo por los peregrinos que saltan la reja.
De vuelta por Matalascañas paramos en la playa, donde los restos de la Torre de la Higuera, construida para vigilar y proteger el litoral de los corsarios y piratas berberiscos en el siglo XVI y parcialmente derrumbada en el terremoto de Lisboa de 1.755 sigue su lento proceso de erosión gracias al oleaje.
Al día siguiente y en dirección a Huelva encontramos el Monasterio de Santa María de la Rábida, donde se alojó Cristóbal Colón antes de partir hacia América. Antes hemos podido ver las réplicas de las tres carabelas con las que se realizó la hazaña y, al verlas de cerca y al estar dentro de ellas, aún me admiro más del coraje de aquellos aventureros que partieron en busca de las Indias y descubrieron un Nuevo Mundo. El recinto se completa con ambientación y figuras tanto de Palos de la Frontera como de los indígenas americanos, con los que no me resisto a retratarme.
A pocos kilómetros llegamos a Moguer, cuna del poeta Juan Ramón Jiménez y escenario de su obra “Platero y yo”. Encontramos un bello pueblo donde sus calles blancas y balcones enrejados parecen recién pintados y donde la cuidada decoración luce en cada esquina.
Huelva, Mazagón, Matalascañas, Doñana, el Rocío, los lugares colombinos y Moguer, buenos sitios donde perderse unos días
antes de volver a los fríos manchegos que ahora mismo estamos pasando.
En Matalascañas fue donde vi el mar por primera vez ¡y casi me ahogo!
ResponderEliminarQue bien viven algunos...
Besitos y ronroneos
Bonitas fotos, me gusta esa torre de la Higuera que surge ahí en medio del mar y las carabelas. Como a Huelva no he ido me lo apunto.
ResponderEliminarUn saludo
Jo, qué envidia... Hermosa escapada.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me alegro que os haya gustado el reportaje, la verdad es que allí se estaba de fábula, a pesar de no ser verano, ya me iba yo otra vez, ya...
ResponderEliminarBesos y abrazos.